Déjame
que te cuente… que, hace unos años recuerdo que compartí con la familia
del esposo de mi hija mayor la cena de acción de gracias. Con la alegría
de nuestros hijos y nietos compartimos una hermosa tarde donde el
clima y el paisaje nos homenajearon.
Mi
hija menor, que estaba entonces embarazada de su primer retoño, se antojó de
unas hermosas toronjas que vio en el patio de los anfitriones. Por temor a que le saliera un “orzuelo”… su
esposo la complacía en
todo, emocionado con su primer hijo. Con el permiso de los
dueños bajó al patio a recoger unas cuantas toronjas.
Al
asomarme por la ventana desde lo alto de la casa lo veo realizar la tarea.
Cerca del toronjo vi un arbolito lleno de limones dulces que a mí me gustan
demasiado, así que ni corta ni perezosa bajé hasta allá para recoger unos
cuántos.
De
camino de regreso a la casa se me ocurre llevarle dos toronjas que vi en
un árbol a mi nieta Patricia porque le gusta que se las prepare como
canastitas cubiertas con azúcar.
Para
mi desgracia no fui advertida de que en aquel árbol había albayaldes
(hormiguilla de color castaño claro cuya picada duele mucho) . Las desgraciadas hormigas ignoraron a mi
yerno cuando recogió algunas toronjas, mas no así a mí. Aprovecharon el
momento cuando agarré una de las hermosas frutas y saltaron sobre mí
introduciéndose por el escote de mi blusa.
Con
fiereza los atacantes hicieron fiesta entre mis pechos, los besaban con sus
aguijones aquí y allá. A los pocos
minutos sentí que se me quemaban. No solté las toronjas y los limones dulces
para que no se salieran con la suya, pero subí rápidamente por las
escaleras. No grité como lo deseaba porque estaba en casa ajena y había
muchas personas de visita.
Desesperadamente
corrí al baño disimulando mi dolor. Una vez allí comencé a
despojarme rápidamente de la blusa y de los malvados intrusos que
mordisqueaban mis tesoros. El dolor iba en ascenso… ¡Ay Dios mío! mis pechos
estaban enrojecidos e inflamados y lo único que encontré para
apaciguar mi dolor fue agua fría
.Sacudí
la ropa me la puse de nuevo y salí afuera. Lamentablemente la dueña me
dijo no le quedaba ni siquiera alcohol. Así que me fui a una
farmacia que quedaba muy cerca de la casa ( estaba abierta gracias a
Dios) y compré un frasco de agua de Hammamelis (agua maravilla) y dos capsulas
de Benadryl.
De
regreso, me encerré en el baño y cubrí mis pechos con el agua maravilla
que me refrescó y me tomé una Benadryl. Eso me alivió mucho. Cuando se enteraron de lo ocurrido los
presentes me decían: “Ay bendito” y reían. Cosas que pasan… Sé que no lo hacían
por mal, debí de lucir de lo más graciosa en mi desespero, pero me dolía hasta
el alma. (Por supuesto, fui la única que no reí).
Al
ratito se me calmó un poco el dolor. Me quedé y compartí el resto de la
tarde porque eso no me impediría disfrutar de la grata compañía de personas que
tanto quiero. Juntos dimos gracias por tantas cosas y al caer la noche regresé
a casa ya que la comida y el efecto de las pastillas me produjeron sueño.
Antes
de dormir me observé en el espejo y sobre mi enardecida piel vi las marcas
rosadas que dejaron “los besos de los albayaldes”. Me temo que el picor me
durará unos cuantos días. Sin embargo, a pesar de mi malestar, di gracias a
Dios de que no picaron a los niños y que me escogieron a mí porque hubiera sido
muy doloroso para ellos.
Llenita
de besos,
Sonia
I☼